¡Despierta!

 

Los días pasaron a merced del tiempo impasible como el viento.

Los días vacíos y fríos convertían el corazón en un lugar solitario y sombrío.

Callaron su voz y su conciencia hasta transformarse en susurro inaudible.

Se asfixio en el último intento.

 

El viento de golpe cambió su rumbo, era fuerte, fugaz e imparable.

El viento azoto el rostro del corazón desangrado y a su oído gritó:

“¡Despierta, abre los ojos y mírate al espejo!”.

Aquel que un día se hundió en su propia miseria hizo lo que aquel viento ordenó.

Con esfuerzo absoluto despertó de la pesadilla.

Abrió los ojos y dirigiéndose al espejo contempló el lugar.

Era todo luz. Sin miedos. Sin dolor. Amor.

Cogió el espejo ovalado entre sus manos y se miró.

¿Quién era aquel rostro que había abandonado la melancolía?

¿Quién era aquel rostro que ni se reconocía en sus ojos?

Aspiro el aire, alzó la cabeza, cerró los puños.

Afrontando la realidad, aceptando la verdad, se dijo por primera vez:

“No más engaños. No volveré a creer al demonio que habitaba en mi ser”

Mirándose de nuevo en el espejo se dijo a sí mismo:

“Es hora de empezar mi vida, de cruzar el umbral y construir un nuevo mundo”

Cerró la puerta de aquella pesadilla y contempló el mundo de las eternas puertas.

Cada puerta llevaba a un lugar diferente, a una oportunidad única.

Abrió y cerró varias puertas, pero todavía ninguna le convencía.

Era hora de la decisión.

“Si fui capaz de abrir los ojos a la verdad” dijo encarándose a la puerta de las mil llaves.

“Seré capaz de enfrentarme a esta habitación” dijo girando el pomo.

Y abriendo de par en par la puerta dio un paso al frente, el primero de muchos.

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